

A mi amigo Antonio, funcionario de Correos y Telégrafos.
Ahora que estás gozando de un merecido descanso metido de lleno en tus aficiones, en tu hobbies, en esa comarca del Andévalo, concretamente en el hospitalario y acogedor pueblo de Paymogo, me dispongo a hacer una semblaza de toda tu trayectoria profesional y humana y transcribir todos mis sentimientos que, quizás por falta de inspiración o rubor, no te manifesté en su día. Respecto a la citada ciudad, lamento no darle el calificativo también de bella por carecer del perfil flora, por mor de un Consistorio que da la sensación que siente aversión por los árboles. No existen en sus amplias calles y avenidas, con sus encaladas y limpias viviendas, vestigio alguno de Naturaleza; pemíteme esta crítica que considero acertada.
Paymogo, tierra donde naciste y diste tus primeros pasos, esos pasos firmes que tus padres te enseñaron a dar, para que a posteriori fuera el patrón que marcara tu existencia y que te haría granjearte el respeto y el cariño de todos los que hemos tenido la suerte de compartir durante muchos y largos años, la tarea cotidiana de esta Casa, CORREOS Y TELÉGRAFOS.
Por circunstancias adversas tuviste que afrontar la jubilación anticipada por una afección neurológica, cuando aún tenías por delante mucho camino que recorrer, pero los designios del destino hay aceptarlos con valentía, sin un ápice de pusilanimidad, como tú bien lo encajaste. Sé lo duro que ha sido para ti el apartarte para siempre de regir la Oficina Técnica, máxime, hoy día, que podrías disfrutar de las nuevas tecnologías que está implantado la Empresa, como el proyecto Iris 401X.
El horario de tu jornada laboral no existía, lo iniciabas a la siete de la mañana y lo concluías al filo de las ocho de la tarde. Lo primordial era tu vínculo hacia algo que era esencial en tu devenir cotidiano: EL AMOR AL TRABAJO. Tu auténtica vocación hacía una profesión que tú deliberadamente elegiste para el bien de la sociedad.
Por circunstancias adversas tuviste que afrontar la jubilación anticipada por una afección neurológica, cuando aún tenías por delante mucho camino que recorrer, pero los designios del destino hay aceptarlos con valentía, sin un ápice de pusilanimidad, como tú bien lo encajaste. Sé lo duro que ha sido para ti el apartarte para siempre de regir la Oficina Técnica, máxime, hoy día, que podrías disfrutar de las nuevas tecnologías que está implantado la Empresa, como el proyecto Iris 401X.
El horario de tu jornada laboral no existía, lo iniciabas a la siete de la mañana y lo concluías al filo de las ocho de la tarde. Lo primordial era tu vínculo hacia algo que era esencial en tu devenir cotidiano: EL AMOR AL TRABAJO. Tu auténtica vocación hacía una profesión que tú deliberadamente elegiste para el bien de la sociedad.
Hace un tiempo que te apartaste del mundo laboral y no dejamos de sentir tu ausencia (como buen observador que eres te habrás dado cuenta que escribo en primera persona del plural, sencillamente porque me erijo en portavoz de todos los compañeros). Siempre estabas dispuesto a echarnos una mano, nunca supistes decir no, pese a la gran responsabilidad que tenías a tus espaldas.
Vivir en comunidad es arduo, difícil, no obstante, con tu forma de actuar bonachona pero con rigor y compromiso, cuando surgía algunas divergencias, nos echaba un capote (usando el símil taurino) y a todos nos dejabas satisfechos. Para cada uno de los compañeros, siempre tuviste palabras de elogio hacia la actividad que nos tenías encomendada, motivándonos para que el trabajo fuera más llevadero por la ingente tarea que siempre ha acompañado a esta Oficina.
En ocasiones nos dejaba perplejo cuando te sumías en un mutismo no habitual en ti. Deduzco que era el compromiso y la responsabilidad la que te hacía entrar en esa situación de ensimismamiento.
No creas Antonio que va a ser todo elogio hacia tu persona. De ninguna manera. También tienes el apartado de críticas. A los amigos hay que hablarle con sinceridad, sin tapujos, sin un atisbo de hipocresía. En determinados momentos, sin venir a cuento, nos echaba la bronca porque considerabas, de forma subjetiva, que un determinado trabajo no estaba acertado, no estaba en consonancia con tu forma de actuar. En realidad no llevabas razón, estabas incurriendo en un craso error. Como te conocíamos, la mejor manera de cancelar la cuestión era el silencio. "Tras la tempestad vendría la calma". Efectivamente, nuestro vaticinio se cumplía. Vendrías, tras una breve reflexión, a pedirnos el "mea culpa". Esta actitud te hacía más digno de nuestra amistad.
El día del homenaje que te tributamos como despedida de tu vida activa, te sentiste como un niño grande que recibe de los Magos de Oriente el mejor regalo. Nosotros como anfitriones y tú como invitado especial formamos un binomio de afecto y cordialidad. A los postre cuando se te hizo entrega de una placa conmemorativa (yo tuve el honor de entregártela) la emoción te embargaba, tus palabras de reconocimiento fueron emotivas brotadas del manantial de lo más profundo de tu alma. Osaría decir que una lágrima furtiva rodó por los surcos de tus mejillas.
Una cita de Napoleón reza así: "Si quieres saber quien es tu amigo, cae en el infortunio". Yo caí en el infortunio y estuvistes a mi lado.
¡Nunca permitas que se aparte de tu mente, los años que pasaste con nosotros...!
Gracias, Antonio.
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