jueves, 19 de noviembre de 2020

UNA MIRADA ATRÁS

           


Cuando echo la mirada atrás me impresiona que lo que entonces parecía de relieve y atractivo,  resulta ahora tan superficial y absurdo:  el éxito con sus varios tipos de indumentaria, ser conocido y alabado, como ganar dinero o ir de un sitio para otro del mundo, explorando todo lo que la feria de vanidades tiene que ofrecer.  Todos estos ejercicios semejan neta fantasía. Son  jeroglíficos que se configuran en conjunto de símbolos y figuras que expresa una frase que hay que adivinar como pasatiempo con el fin de distraernos del verdadero y auténtico propósito  de nuestra existencia que no es otro  que buscar a Dios y habiéndolo hallado, amarle con todo nuestro corazón, con toda la fuerza de nuestra mente.

Con cierta frecuencia se dice la vejez es una segunda niñez. Creo que es verdad. Recuerdo cosas que sucedieron cuando yo era infante, y las recuerdo  mucho más que las sucedidas en fecha reciente. Pero cuando la gente ve esta segunda niñez como principio de la vejez, no estoy de acuerdo. Me siento más inclinado a pensar en LA VEJEZ como en un proceso de acondicionar la senda  para la eternidad.

Tengo la sensación a veces de estar medio dentro y medio fuera de mi cuerpo. Como si echaras una moneda al aire para decidir si voy a reanudar mi vida en este Planeta, llamado Tierra o fugarme y abandonar mi ajada envoltura para siempre. En esta circunstancia poseo dos convicciones muy arraigadas: la primera es la exuberante belleza de nuestro Mundo; de los colores,  sabores, sonidos de esta Parcela Terrenal, el amor a olor humano y de la continuidad de la vida, la sucesión de descendientes en línea recta o generación. La segunda impresión, mucho más viva, mucho más intensa, es como partícula infinitesimal  de vida que participo en los objetivos de Dios para su Creación.

“EL CIELO Y LA TIERRA PASARÁN  PERO MIS PALABRAS NO PASARÁN”