martes, 12 de julio de 2011

AL MENOS UNA BRIZNA DE GRATITUD

   


Nos hallamos en el ecuador del invierno. La temperatura ambiente se aproxima más a la estación primaveral que a los días crudos de un riguroso paisaje de frío. Unos días para gozarlos intensamente y disfrutar de un Sol que destila VIDA..
Si caminas adentrándote en el bosque, sentirás sensaciones insospechadas. Los rayos solares marcarán tu rostro, impregnándote de un calor suave y de brisa mañanera. El binomio perfecto para sentir la caricia de un poco de felicidad. Y digo un poco, porque la felicidad plena es inalcanzable. Existe el deseo de lograrla, de besarla, pero cuando piensas que has conseguido tu objetivo, de exprimirla entre tus manos, se esfuma, se diluye, se ha evaporado. La única dicha que está en nuestro entorno, muy cerca de ti, es muy fácil de conseguir: prestar servicios a los demás, dar la mano al desvalido, ayudar en definitiva a todo aquél que lo necesite. Pero ¡ojo! nunca pienses en una recompensa recíproca. Eso es egoísmo neto. La entrega sin paliativos se manifiesta con la entrega voluntariosa, decidida y comprometida. Con todas las potencias del alma puestas en acción hacia esos seres marginados de la sociedad que cubren su rostros de lágrimas amargas, porque nunca han gozado de una mano amiga que le haya hecho brotar, derramar, lágrimas de emoción y dulzura, reclaman de ti tu apoyo incondicional, tu comprensión y solidaridad. Entonces sí puedes hallar en lo más recóndito el regusto dulce de haber cumplido con el mandato tan simple y tan sencillo, pero tan hermoso de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”

La lucha por la vida es continua, es permanente. Son multitud de obstáculos y barreras que impiden nuestro caminar. Es una tarea denodada, audaz, atrevida, que tienes que afrontar si no quieres estancarte en la marginación y desaliento. Son múltiples las zancadillas que te encuentras a cada paso y tienes que tratar de esquivar para no caer de bruces en el asfalto.

Una de las máculas que predomina en esta sociedad es la ingratitud. Con lo fácil que sería reconocer cualquier acción con el bosquejo de una sonrisa, suficiente para que el bienhechor perciba el calor que emana ternura.
La ingratitud está difuminada, extendida por todos los ámbitos sociales, sus garras son tan tenaces que abarca incluso al entorno familiar, específicamente en la figura de los padres. Estos seres son personas abnegadas, con dedicación plena hacia los entes que engendraron. Sucesión de acontecimientos adversos tienen que salvar para que su crianza y educación no esté plagada de impedimentos.
En pos de la niñez, florece la adolescencia y a un palmo la juventud. Han cubierto el proceso de madurez que le han hecho adultos. Si la suerte le ha favorecido con una profesión vocacional y tienen trabajo están desarrollando una labor fructífera que redundará en la sociedad. Emancipados. Necesitan poco de sus progenitores. Se hallan en una situación envidiable. Para llegar a ello han tenido que cubrir varias parcelas de enseñanza, primaria, instituto, universidad y oposiciones. El reto que se habían marcado ha sido superado satisfactoriamente. Todas y cada una de las necesidades están protegidas. Pero ¿están protegidas todas las necesidades emocionales de sus padres? “-No, por Dios, (contesta uno de los aludidos), mi padre no carece de nada, dispone de medios económicos suficientes para llevar una vida holgada sin ningún tipo de incidencias”
¿Consiste todo en el poder del dinero, en tener asegurada tu vida económica? Un craso error. “Sólo de pan no vive el hombre” dice con fundamento el axioma. El hombre necesita algo más que todo esto. Cuando ha culminado tras largos senderos y caminos sembrados de abrojos el discurrir de su vida activa, necesita más que nunca, la mano de sus hijos que les dé ternura, respeto y comprensión. Anhela la presencia física de ellos. Anhela por encima de todo su felicidad. También para él exige que no lo consideren en su etapa de senectud como un mueble arcaico, añejo, vetusto. Que no lo traten como una máquina de trabajar, una máquina de producir dinero que con el tiempo está ajada y hay que arrinconarla en el desván para que se pudra, porque ya no es de utilidad. Si se acepta esta filosofía, llegaremos a la conclusión de que los hijos que tratan con desdén y marginación a sus progenitores y los remitirán “vía postal” con destino desconocido (léase asilo, residencia u otro similar) y así eludir el compromiso de atenderles en esa difícil etapa de sus vidas .
Con el devenir del tiempo, el efecto boomerang les hará receptores de la cosecha sembrada.
¡Quién a hierro mata...”