sábado, 22 de febrero de 2014

EVOCACIÓN DE UN REINADO




  Siempre soñé que algún día encarnaría la figura de Rey en la Cabalgata de más solera de España. Ha transcurrido el tiempo, los años y este hecho tan transcendental en mi vida se ha hecho realidad. Es un privilegio que he disfrutado con mucha intensidad y quedará en mi recuerdo para siempre.
  De veras carezco de palabras para expresar mis sentimientos cuando ya en la Casa de los Reyes tuve la dicha de charlar con los niños. Sus miradas plenas de ingenuidad me llegaron al alma.
 Sus ojos expresivos me enviaban unas energías de dulzura que me embargaban de dicha. Nunca podía imaginarme que un niño tuviese el magnetismo de conmoverme, de sentir la llamada noble de unos infantes que deseaban que su Majestades, procedentes de Tartesos (Occidente) les colmasen sus ilusiones. Allí estaba presto el Rey Melchor para obsequiarles con los diversos juguetes que habían solicitado.
  Cuando comenzó el Cortejo Real a caminar por las encaladas calles de nuestro pueblo y miles de personas expectantes esperaban a sus Majestades para recoger los ansiados caramelos, me sentí que levitaba, es decir, que flotaba en el ambiente como si fuese una nube. ¿Yo era Óscar? En aquellos momentos dejé volar mi imaginación y sentí que me había transportado a un mundo irreal, un mundo de fantasía, un mundo de ilusión, un mundo mágico donde toda la ingente multitud eran niños. Y los niños poseen inocencia , pureza, candor e ingenuidad. Carecen de egoísmo. Carecen de maldad. Y así querría que fuese esta sociedad:
  Solidaria, tolerante y generosa. Aunque sea una utopía, ¿llegará ese día?
  Dice una máxima que las emociones pueblan nuestro caminar y sí sabemos vivírlas nos nutren permanentemente. Estas vivencias emotivas en mi efímero REINADO, serán recordadas como un acontecimiento excepcional y nutrirán mi caminar para toda mi existencia.
 En la parcela de reconocimientos, gracias, mil gracias a todos los que de una forma u otra habéis contribuido a que la Carroza del REY MELCHOR sea un éxito. Y sobre todo mi agradecimiento más efusivo, al artista que con su talento la diseñó y creó para disfrute del maravilloso trabajo que puso en escena y fue la admiración de todos: ANTONIO RUIZ. Gracias amigo. Un abrazo.





lunes, 3 de febrero de 2014

A MI HIJO ÓSCAR


     Aún estabas en el época de la vida en que se comienza a manifestar la aptitud generativa, es decir la adolescencia. Término psicológico que designa el período evolutivo comprendido entre la niñez y la edad adulta. Tú eras un “terremoto”. Travieso, revoltoso, inteligente, sagaz. Todos tus compañeros y amigos tenían que soportar tus bromas y no obstante siempre estaban en casa requiriendo tu presencia ¿dónde está Óscar? Eras el líder de la pandilla. Deportista por naturaleza. Te granjeaste el cariño del grupo con tu gracejo y te hicieron capitán del equipo de fútbol. Evoco con simpatía cuando narrabas con estilo y singularidad los imaginarios partidos de fútbol Barça vs Madrid . Imitabas con acierto a Matías Prat. Tus fans te aplaudían cuando con un fuerte balonazo “Quini” perforaba la portería del los “merengues”. En cierta ocasión, jugando el Barça vs Betis, narraste con mucho brío la derrota bética (5-0). Rafa tu amigo, bético hasta la médula, se enfadó contigo porque, pleno de fantasía, se creía real el fiasco del equipo verde y blanco.
     Este prólogo me sirve para narrarte una pequeña historia de un seísmo (terremoto), movimiento vibratorio de la corteza terrestre que viví hace varios lustros en esta zona Occidental de Andalucía. Merece la pena que te la cuenta. Ya lo verás.
     ¿Será por el ambiente hostil, beligerante e insolidario que embarga nuestra sociedad? ¿Será porque nos invade el materialismo? ¿Dónde están los valores éticos qué en la infancia nuestro maestro con su magistral sapiencia, nos inculcaba? Ha quedado en mi mente la reminiscencia de este hecho que me conmovió y me hizo reflexionar.
     Las tres de la madrugada. Noche serena y brillante. La Luna en su fase de plenilunio, majestuosa presidía con garbo el manto que nos envolvía. La Primavera estaba a punto de fenecer para abrir sus puertas al estío. Todo el mundo descansaba plácidamente. De súbito temblaron los cimientos del edificio. Nos encontrábamos afectados por seísmo de magnitud 4.0 grados en la escala Richter, que como sabes, equivale a una explosión 53 kg. de TNT. Pese a los años transcurridos, se evoca con auténtico terror, más por lo que pudo ser, que por lo que fue. La Naturaleza nos demostró que es capaz de emular al hombre en cuanto a capacidad destructora.
     La noche careció de tintes de sombras. Tras el movimiento sísmico, comenzó a respirarse una tensa calma. La gente confraternizó en la calle la mayoría en paños menores. Habíamos perdido todo pudor. La estampa, más que trágica, resultaba jocosa. El pijama, el calzoncillo, eran los atuendos que cubrían nuestras “vergüenzas”. Nos habíamos lanzado fuera desde el cobijo de las sábanas, impulsado por la supervivencia.
     En esta situación tan singular hubo grandes dosis de humanidad. El calor de los abrazos hacía mitigar el pánico que se había apoderado de nosotros. Muchos años de convivencia en le mismo bloque y apenas cruzábamos un saludo. Tenía que suceder un hecho de esta transcendencia para darnos cuenta que éramos personas. Rencilla, arrogancia, egoísmo, falta de cortesía, todo se esfumó. La “careta” social que cubría nuestros rostros asustados se tornó en camaradería.
    Dentro de las diversas anécdotas que a lo largo de la noche sucedieron, hubo una que me conmovió. Un vecino tomó la decisión, al sentir el ladrido de su perro que se hallaba en la quinta planta, de precipitarse escaleras arriba al encuentro de su más fiel compañero y amigo, con el peligro que entrañaba la posibilidad de un nuevo temblor.
     La emisora local emitía mensajes tranquilizadores. El epicentro del seísmo se había localizado a unos cuatrocientos kms. de distancia. Recomendaba no acceder a las viviendas, hasta que no despuntase el alba. Según el Instituto Geográfico Nacional, Servicio de Información Sísmica, si surgiesen otros movimientos serían de menor intensidad.
     Aquella noche fue la culminación del comportamiento humano: SOLIDARIDAD.
     Todo transcurrió como un “carnaval” de humanidad y compañerismo.
 Lástima que al día siguiente volveríamos a ser los sujetos de siempre: egoístas y cada uno a lo suyo   ¡Los demás nos importa un bledo!