jueves, 13 de noviembre de 2014

¿INGRESARÍA VD. A SU PADRE EN UNA RESIDENCIA?



   Todos ansiamos. Todos queremos llegar la la senectud, a la vejez. ¿Quién no desea vivir lo más lejos posible? En este estadio en que nos hallamos hemos venido para vivir el mayor número de años, a ser posible, lustros y... ¿por qué no aspirar a ser centenario? Difícil lo tenemos. Soñar no cuesta nada. Ignoramos nuestro destino. No tenemos ni idea dónde iremos destinados ni en que estado terminal lo haremos cuando llegue la hora crucial de enfrentarnos al fantasma de la muerte. Pretendemos llegar a viejos con las facultades físicas y mentales con calificación de notable para no tener dependencia de nadie. Es una aspiración sana y noble que el ser humano desea: no estar sometido a las exigencias del prójimo y disponer de plena autonomía. El llegar a ser viejo, (no mayor, descartemos este eufemismo) y no presentar una aptitud de sincronía mental y física estamos casi convencidos que vamos a resultar un auténtico estorbo, rifa, macabra rifa, de hogar en hogar, de casa en casa, hasta que se consensúe el meterte en un asilo, ahora, residencia de ancianos porque resulta menos agria, fuerte esta palabreja. Un personaje muy tacaño le pidieron un donativo para una obra social y respondió: “Llévate a mis abuelos”.

  El vértigo de la vida social, las actividades de cada pareja no deja más alternativa por muy grave y dura que parezca: O se muere uno a tiempo o te matan a disgusto con las discusiones del sorteo, a ver quién le tocas. El arrancarte de tus raíces con la “dulce” expresión: “en la residencia no te va faltar de nada”. ¡Me rebelo contra esta sentencia! ¡Nunca jamás estaré como en mi propia casa! ¡Mentira! ¡Burda mentira! ¡En la casa de uno, sea por las buenas, por las malas o regulares no se está en ninguna parte!
   Mi madre siempre le pedía a Dios que quería, deseaba, morir en su casa cuando llegase el momento que nos aparta para siempre de este planeta.

Nuestro país es una España de viejos. La expectativas de vida han aumentando considerablemente. No se concibe, los niños no aparecen, el ámbito económico no es el propicio para embarcarse en la noble tarea de la natalidad. No obstante se presupuesta, y esto sí es horrible, con la pensión del abuelo sin querer contar con él para adquirir un coche nuevo. ¿Es coherente esta actitud?
¿Y si pensáramos en lo que ellos hicieron por nosotros?
Ellos con la carga de años perdieron la memoria y nosotros con esa extremada ambición que nos cobija, nos olvidamos de los trabajos duros, de las mil vicisitudes adversas que tuvieron que soportar para que tuviéramos una vida digna.
¿Llegaremos algún día a reconocerlo?

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