¡Hola, Héctor!
Sé que estás a mi lado aunque tu presencia física no sea visible. Percibo, tengo el conocimiento de la realidad a través de los sentidos. Tú jamás te fuiste para siempre. Tu presencia envuelve esta estancia y me invita a escribirte esta misiva y lo hago con el convencimiento que el mensaje lo captarás como una reminiscencia a nuestra amistad.
Sé que estás a mi lado aunque tu presencia física no sea visible. Percibo, tengo el conocimiento de la realidad a través de los sentidos. Tú jamás te fuiste para siempre. Tu presencia envuelve esta estancia y me invita a escribirte esta misiva y lo hago con el convencimiento que el mensaje lo captarás como una reminiscencia a nuestra amistad.
Aún
no habías cumplido los cuarenta años. Tu nombre no decía
absolutamente nada a la opinión pública. Un nombre más en el
listado de ciudadanos que configura este país.
Un ente que pasa desapercibido al carecer de relevancia en
esta sociedad mediática. No estabas adscrito al mundo del cine,
televisión ni al mundo de la política. Mejor para ti porque así no
te verías sumergido en la corruptela, en la degeneración ética de
ciertos partidos que soportamos con paciencia e indiferencia. ¿Qué
otra alternativa nos queda? Pues, contribuir con nuestros tributos e
impuestos al mantenimiento de esta estructura corrompida. Tú eras
sencillamente eras una persona de bien que soportabas con entereza ,
con gallardía, una patología definida como carcinoma. Sin
eufemismo: ¡Cáncer! ¡Maldita enfermedad!
Te
habías sometido en varias ocasiones a intervenciones quirúrgicas
para extirparte el tumor que invadía tu cerebro. El post-operatorio
era doloroso, cruel. Transcurrido unos meses reaparecía con más
virulencia el germinar de la semilla maligna. La ciencia médica era
impotente ante esta enfermedad. Carecía de armas para atajarla. El
equipo médico a tus requerimientos, te hicieron saber que tu caso
era irreversible. Tu vida se extinguiría en el transcurso de unos
días. Aceptaste con valentía el veredicto: muerte inminente.
Tomaste la decisión de abandonar todo tratamiento terapéutico y
esperar con entereza al advenimiento de tu desaparición.
En
los albores de una mañana cristalina, diáfana del mes de abril, en
el ecuador de una primavera en ebullición preñada de flores
multicolores con aroma de azahar, rosas y jazmines, donde el Astro
Rey emerge calladamente y una brisa acaricia el entorno, nos
abandonaste para siempre. Tu perfil humano pleno de sencillez
perdurará entre nosotros. Con voz débil, pero segura y consciente
de lo que pensabas, dijiste...”si te llegas a encontrar en
circunstancias análogas a la mía, la espera del final la afrontas
con filosofía. No te arredres. No te acoquines. Todo ser humano
tiene que atravesar este trance. ÉL, nos tiene reservado otra vida
ignota, plena de gozo, de felicidad...”
Hiciste
multitud de amigos. Viviste intensamente todos los segundos de esta
vida gratuita que Dios nos dona. Nos pediste que colmáramos nuestra
existencia de amor, mucho amor. ¡Qué generosidad por tu parte,
Héctor...!
Destacaba
en el círculo de tus amistades, tu incondicional, tu confidente, tu
leal compañero: un pájaro cantor originario de Canarias, amarillo,
de cola larga y alas puntiaguda, TU CANARIO. Él supo como fiel
compañero estar siempre a tu lado, en la adversidad y en los
momentos felices. Aceptó con estoicismo el proceso de tu dilatada
enfermedad con sonrisa dulce y candorosa. Sin desfallecer un momento.
Cuando te encontrabas deprimido, desolado, él con sus gorjeos,
quiebros y trinos te hacia reflexionar que había que luchar y no
derrumbarse. La única terapia que te resultaba eficaz y te impulsaba
a seguir viviendo y caminar por la senda de la ilusión. Su amigo el
canario nunca había disfrutado de libertad. Siempre enjaulado y
ahora le ibas a ofrecer la oportunidad de disfrutarla.
El
día precedente a tu final, presintiendo que se aproximaba, liberaste
de los barrotes de la jaula a tu fiel compañero. Tu deseo era que
gozara de libertad ahora que tú emprendías el viaje sin retorno.
Seguro que volvería a la estancia donde tantas jornadas había
convivido contigo y con sus trinos reclamaría tu presencia. Sus
“llamadas” serían inútiles. Te habías ido para siempre.
Desde
esa Plataforma Eterna donde te encuentras, te pedimos nos dé
valentía para ser como tú.
¡Gracias,
Héctor!
Decirte que me ha gustado mucho, es una historia que llega y además esta muy bien narrada. Lo único que deberias pulir según mi humilde opinión, es que cuando te centres en una idea, no te salgas de ella para no desviar la atención del lector. Es decir, empiezas hablando de Hector y lo haces muy bien, y luego, sin venir a cuento, te sales un poco y te pones a criticar la sociedad en la que vivimos (esto sería innecesario según mi opinión y no aporta nada a la historia de Hector). Y luego vuelves a entrar en la historia hablando de nuevo de Hector y de su máldita enfermedad, terminando con un canto a la libertad gracias a la inclusión de un simil magistral que haces comparando la liberación que siente Hector al terminar su enfermedad con la liberación de su canario al salir de la jaula.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Rafa.
Muy bien, tu narración dulcifica lo que es realidad una autentica tragedia como es la muerte de una persona en la flor de la vida y ademas de una enfermedad tan cruel. A.M.M
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