Este verano pasado he estado en el Norte de África disfrutando de aquellos tiempos lejanos donde hice el Servicio Militar. Más de cuarenta años habían transcurrido desde que me licenciaron. Parece que fue ayer cuando en el pabellón de destino del Cuartel de Regulares núm.02, desde donde habíamos efectuado nuestra actividad encomendada durante un período de dos años, nos hallábamos todos llenos de emoción, nerviosos y si atrevernos a decir una palabra.
Esperábamos la orden
de nuestro superior para recoger el petate y la maleta de cartón y
dirigirnos al Puerto Marítimo de Melilla, desde donde el barco
pondría rumbo a la Península Ibérica.
Más de sesenta
compañeros y amigos nos dimos un abrazo de despedida sin saber si el
destino nos uniría de forma fortuita otra vez con ellos. Emoción,
algunas lágrimas furtivas y sentimiento por dejar a compañeros que
hicieron de la “mili” una parcela de tu vida muy notable: saber
convivir, compartir, actuar con generosidad, ayudar en el plano
psicológico a compañeros que habían dejado su hogar por vez
primera y la añoranza les decaía. Ahí estaba un soldado para
paliar esa pesadumbre de nostalgia y melancolía.
En el terreno militar
la vida, tomándola con filosofía, resulta interesante y
prometedora. Estás alejado de tu familia, no obstante al cabo del
tiempo has creado otra familia paralela con otra entidad que es
merecedora de todo elogio. Si te hacía falta un bollo de pan porque
te lo habían sisado allí estaba alguien que te ofrecía otro o lo
compartía contigo.
Los paquetes de alimentos
que nuestra familia nos enviaba (tardaban vía Correos diez días en
llegar a su destino) se organizaba un festín para degustar los
manjares, suculentos y sabrosos manjares que hacían las delicias de
todos nosotros. Con todas estas circunstancias nos sentíamos
felices. Quisiera hacer constar que con las travesuras de soldados,
“niños grandes” reservábamos nuestro bollo escondido para
evitar que te lo hurtaran debajo del colchón de las literas. Cuando
íbamos a recogerlo nos llevábamos la grata sorpresa que “vecinos”
de gran tamaño estaban merodeando por las ranuras del bollo. ¿Qué
nombre tenían estos asquerosos insectos?
¡Chinches...! Insectos
de cuerpo aplastado maloliente y de color rojo oscuro que chupa la
sangre humana. ¡Tenías hambre! Cogías el pan y con un fuerte
golpe sobre el suelo salían corriendo los intrépidos insectos.
Ulteriormente te lo comías con el convencimiento que estabas
inmunizado a cualquier ataque ¡Dios estaba a nuestro lado
librándonos de toda posible infección!
El Cuartel pese al
tiempo transcurrido presentaba un buen aspecto. Un teniente de
Infantería me mostró las instalaciones, incluido el Museo Militar.
Hicimos un recorrido durante dos horas donde disfruté de lugares
entrañables como la cantina. Allí nos reuníamos para tomar una
copa de vino
No teníamos pesetas
para gastarlas en cualquier capricho pero teníamos un excelente
rancho que te hartabas de comer. Ilusión, esperanza, humor y buena salud no te faltaban.
Antes de finalizar esta
glosa quisiera tener un recuerdo muy entrañable de un teniente de
Regulares, que compartió la pieza de Reclutamiento en Almería,
nuestro teniente HERRERA, persona fiel, íntegra y plena de bondad
que fue vilmente asesinado por la banda terrorista ETA. (R.I.P.)
Un día otoñal donde
las hojas de los árboles se tornan color ocre. Preludio de un
invierno que según datos de la Agencia Estatal de Meteorología se
presenta benigno y abundante lluvia.
Cinco Octubre Dos
mil dieciséis.
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